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MÁS ALLÁ DE LA IMAGEN ELECTRÓNICA: el rescate de la video instalación

 

 

Guste o no el artista, la luz del video vibra. No puede no vibrar.

Lo que hace un despunte acusado, lo que, más que masajearlos -según dicen varios analistas- lija los ojos. No es muy distinto del fluorescente.

La luz vibra, tan bien eso la hace digital, se ven los atómos; como los segunderos de los relojes, discrimina unidades discretas, trepida de una a otra; no puede la fluidez de un barrido continuo. Anda a los saltos y eso es un modo de vida. Un estado de la cultura.

Cada cambio lumínico, cromático, geométrico, dinámico, se compone de trepidaciones celulares que nadie quiere ver. La trama que el videasta no puede escoger. Los intersticios entre los puntos luminosos son la frialdad del medio. Solemos tapiarlos con memoria.

Sistema de información, no de comunicación. No hay que orientar a nadie, no le importa si el que mira está o menos cerca, parado o sentado, caminando, rascándose las piernas, si entenderá o no los movimientos. Si no hay personas en una sala en que se proyecta, allí no hay cine, éste requiere del hombre, sin su retina no existe, únicamente se proyectaría en fotogramas. El cine está sometido al hombre.

El video se autosostiene, le es indiferente el testigo. Existe en él en perfecta autosuficiencia. Hay un vacío conceptual, no hay signos ¿y si lo hay? una hermenéutica oculta. No les importa nada. Son artefactos y funcionan. Algunos ancianos se molestan por la incomprensión de ciertas piezas. Los más jóvenes tampoco entienden. Pero no les incomoda, saben que no está en su ser natural el discernimiento de un mensaje.

El piso no se ve. El piso no existe más. El video no ordena coordenadas porque no les importa las coordenadas en la mente.

Solo se responsabiliza de trasladar pares; a veces falla. Cuando el video expresa oscuridad, la luz no se apaga. Late en otra frecuencia.

Los videos imágenes proliferan, circulan, existen. Son imágenes banalizadas. Están desespecializadas. No tienen pertenencia. Ni objeto directo. Se esconden tras las máscaras. No son memoriosas, luchan si la pierden. Existen, de un modo que los sujetos aún no hemos conseguido. De un modo pavoroso.

El video prescinde de nosotros, pero su óptica nos necesita por que hace un medio frío. Esa omnipresencia visual. Muestra por derecho propio. Sin que participemos, apenas son centellos de un impresionismo bruto. Se fantasea el control del paso de las imágenes, con el video grabador, pero el torrente óptico crece geométricamente. Ni se sabe que es lo que hay que ver, las quimeras se usan como expresión de deseos... de todos modos, si el presente permanente del televisor amenaza el pasado, el video promete el reino del pasado. Promesas promesas. Las corporaciones mostraran que hacer con esas promesas. Ya no hay bloopers inocentes. Carecen de espontaneidad. Son sospechosos de parodias. En el video creación hay zonas de obras circulatorias, rizomáticas, cruzadas, abiertas, cartografiadas por distintos códigos y lenguajes para ser leídas por competencias y azares varios. Es zona de experimentaciones, con su riego y virtud, solipsismo, incompetencia, rechazo. En última instancia refrescan como leves parásitos, bichitos hematófagos.

Se venden escritos y oratorias sobre las audiovisuales. Las borraduras temporales también quieren que las historias de vidas, de hipótesis y estudios. Que las memorias sucumban, así florecen los aprendices de brujos.

Es que "algo hay que decir". Además "la gente no se da cuenta".

 

RICARDO MILETI

kulturaparalela@yahoo.com.ar

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