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Libélula de Hall

Yo soy de esa clase de gente que a simple vista parece de lo más común pero que sin embargo en cualquier momento te agarra y pumba.

Yo soy de esa clase de gente que piensa que la madre no duerme.

Si bien no puedo estar plenamente seguro de esto, creo con fervorosa convicción que ella no duerme nunca y eso –para qué negarlo- me despierta un frío fulminante acá entre la piel y las carnes que es un frío muy extraño, un frío poco conocido como el de gente común a simple vista que sospecha que su madre no duerme.

Ese vendría a ser el pumba.

Y yo acá me muero de frío con ella tan cerca, tan despierta y tan insomne. Sufro un frío terrible y aparte son las cuatro y media de la mañana, y más allá de las paredes oigo como ella va y viene, huelo café, burbujas de jabón, percibo cambios lumínicos como si prendiese y apagase el velador a cada rato, y, a veces, (si la puerta de mi cuarto está abierta), hasta puedo inmiscuirme en la nube violácea que inventa el reflejo del televisor con los vidrios de la casa, nube de tinturas fluctuantes entre rojos, azules y lilas, escoltadas de un rumor que es todo un solo ruido largo y muy de vez en cuando alguna palabra suelta que se desprende sola.

Y en otras ocasiones, (cuando mi puerta está cerrada), entonces está su ojo por detrás de la mirilla como luna filmadora; una bolita negra que se sacude cual péndulo desprolijo a lo largo y a lo ancho del orificio; mierda de radar que el solo hecho de descubrirlo hace que me enfríe…

Hubo noches en que me noté inmiscuido en una realidad muy pez, muy de agua turbia y tibia, muy de alga balanceándose en movimientos laxos y estirados pero que en realidad es una campera de jersey que cuelga del picaporte. Noches en que la pulsión rítmica de las agujas dibujaban con mensurados trazos virtuales el electrocardiograma circular de ella (que nunca se duerme).

Y ahora estoy pensando en porqué no agarro, me desenrollo de este nudo de frazadas (porque si bien es pleno noviembre y afuera las chicharras siguen puliéndose las gargantas sin inhibición horaria alguna, yo me siento naturalmente muy afiebrado y tengo los pies muy fríos), dejo la cama, abro la puerta en un afán decido de sorprender al ave vigía y entonces lo que sucede es que de hecho la abro pero no hay nada; ni ave vigía, ni ojo péndulo, ni ella, ni una respuesta.

Igual me escabullo por entre las sombras de las arcadas del largo pasillo y con declarado disimulo comienzo a preguntarme qué es lo que estoy haciendo y para qué, (me lo pregunto para no sentirme tan idiota); y entonces de tal modo navego por la lilacidad de pasadizo oceánico sin muebles ni pinturas ni mucho menos ella, que cuando quieren sorprenderla más bien que se esconde, pero de dormir ni hablemos porque ella no duerme.

Y para mi mayor estupor, no la encuentro pululeando como voluta liviana por ninguna parte; en ningún momento se la oye resbalar dentro y fuera de las células de la casa rumoreando con la noche siamesa; claramente ha encendido con astucia el candor de fósforo que mentendrá a las horas oscuras como inmóviles piezas de ábaco; y en su rol de terrible jugadora ejecuta con un virtuosismo envidiable las partituras que compongo de diez a ocho en procura de una tranquilidad que sin embargo sospecho tan sepulta.   

No me atrevería, a pesar de esta expedición traducida en fracaso, a refutarme por nada del mundo.

Porque si de algo estoy convencido es de que ella jamás duerme.

Jamás duerme y siempre está despierta.

Siempre estás despierta y eso a mí me coloca en un plano de justa y oval paranoia que me inhabilita a todo y me da acceso a nada. Saber que no dormís y que a toda hora fantasmeas muy cerca mío revisando los cajones de este devenir incierto, me confiere todo lo necesario para andar legalmente por los boulevares de la incerteza y entonces fijate que es bastante lógico que me paralice un poco más de la medida standard. Si no te dormís nunca y estás siempre ahí del otro lado o a veces no tan del otro lado…

Porque vos preferís pisotear las baldosas con extremo silencio; desvelo francotirador del sueño.

No creo que vuelva a salir al pasillo.

Voy a quedarme acá en la cama.

Voy a quedarme acá en la cama a intentar olvidarme de vos y para eso capaz que prenda un rato la tele y me ponga a bucear un poco entre la metralla de rayos y luces violetas que transfieren mi radiografía sobre las pálidas paredes de la casa. Y si eso no me distrae y te recorta de mi noche al menos por unos instantes, entonces voy a juntar calor y fuerzas y voy a salir de vuelta al pasillo a ver si te encuentro surfeando entre los rompeolas de porland anémico; pero si de nuevo no logro hallarte, voy a apoyarme a acariciar tu cerrojo muy suavemente con mi mirada; y si te noto fría voy a taparte.

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